Sarmiento presidente: opositores y amigos

En 1868 Sarmiento fue elegido para suceder a Mitre como presidente de la Nación. Fue propuesto por Lucio Mansilla, que decía: “Con Sarmiento tenemos dos cosas garantizadas: seguridad y escuelas”. Argentina era una sociedad en guerra: externa (de la Triple Alianza) e interna con los últimos caudillos del interior que se rebelaban, y cundían los malones aborígenes que asolaban las poblaciones. La suya, como la de Mitre, fue una presidencia fundacional. Se necesitaba construir la nación y fortalecer la autoridad del gobierno.
En su mensaje inaugural prometió respetar la Constitución Nacional y dar seguridad a la vida y la propiedad, tierra para que los pobladores fueran pacíficos agricultores y escuelas para sus hijos.

Su primer acto fue designar a sus ministros y colaboradores más inmediatos. No los eligió por amistad ni por su lealtad y obediencia. Eligió por sus valores, por sus características personales, a prestigiosas personalidades. Eligió los mejores. Cuando convocó al Dr. José Benjamin Gorostiaga para la cartera de Hacienda este le objetó que había sido su adversario político en la contienda electoral, y Sarmiento le respondió que buscaba su capacidad en finanzas, y que apelaba a su patriotismo para hacer llevadera la colaboración con quien había sido su adversario. Analizaba y discutía los problemas con sus ministros, cuya opinión realmente respetaba, e intentaba llegar a acuerdos. Ante realidades especialmente difíciles, como la rebelión de López Jordán, convocó a una reunión especial de notables, entre ellos, los adversarios políticos más vehementes, para estudiar la situación y las medidas a tomar.

En relación con la oposición tenemos que considerar que Sarmiento, traía una merecida fama de duro, impulsivo, combativo e intransigente. Con apoyo de varias provincias, había llegado a la presidencia, sin partido propio. En el Congreso la bancada opositora tenía los 2/3 de la cámara. Sin embargo, como Presidente se mostró hombre de diálogo, de actuar reflexivo, extraordinariamente hábil. A pesar de la hostil oposición del Congreso, supo negociar con las provincias opositoras aplicando una política integradora que favoreció al interior, y logró que se aprobaran leyes fundamentales para el Estado. Se fundaron colegios nacionales y escuelas normales en el interior, y se subvencionó a las provincias para que crearan escuelas primarias; se dieron las bases de instituciones científicas y técnicas. Todas ellas perduran hasta hoy. Se construyeron ramales ferroviarios y líneas telegráficas para comunicar a las provincias, así como puertos, puentes, muelles, obras de salubridad, limpieza y canalización de ríos navegable. A Santiago del Estero, el gran reducto mitrista, le asignó el mayor préstamo del gobierno nacional. Visitó y se reconcilió con Urquiza y llegó a acuerdos con él. Desplegó una notable habilidad política que lo muestra realmente como un verdadero estadista. Por ello, cada vez que estudiamos la historia de cualquier actividad de la cultura: educación con escuelas de todo tipo, salud, agricultura, minería, ciencias, artes, técnicas, comunicaciones y transporte: caminos, ferrocarriles, puentes, telégrafo tenemos que referirnos a su origen, a leyes, realizaciones e iniciativas de su presidencia.

En lo referido a la libertad de prensa, toleró las críticas y ataques virulentos y acres de periódicos opositores, a los que contestó con dureza. Sabemos que festejaba con grandes carcajadas los dibujos satíricos de “El Mosquito”, de Stein, que los coleccionaba, e incluso tenía algunos como decoración de su comedor en su casita del Delta. Días antes de que Sarmiento terminara su mandato, se vio obligado a clausurar el diario «La Nación», propiedad del general Mitre, quien encabezó una revolución. No lo hizo por sus opiniones opositoras. Se trataba de un levantamiento armado del ejército nacional, que hizo peligrar la estabilidad del Estado, con focos en Buenos Aires, Córdoba y San Luis.

Como gobernante, Sarmiento encarnó la virtud cívica. Tanto es así que no admitía regalos y, cuando no podía rechazarlos, los incorporaba a los bienes del Estado. Demás está decir que se negó a dar empleo a sus parientes, ni siquiera a su cuñado o a su nieto Augusto, que se lo pidieron, y expresó que un nombramiento de ese tipo nunca llevaría su firma. En su ancianidad su nieto Augusto Belín le preguntó la razón por la que no había nombrado ministro a su gran amigo el tucumano José Posse, quien tenía sobrados méritos. Narra: “Sarmiento parecía caído del cielo ante semejante idea —Nunca, dijo, se me hubiera ocurrido hacer ministro responsable a un amigo íntimo. No está prohibido que un hermano del Presidente fuese Ministro, pero la decencia lo impide. La firma del ministro es un contralor legal. ¿Qué quieres? Esta la clase de escrúpulos me han impedido hacer muchas cosas buenas y tal vez algunas malas”.
Sobre la justicia, dijo mientras era Presidente: “El poder judicial es independiente en su acción del Poder Ejecutivo”. Sarmiento sabe que la autoridad de la justicia depende sustancialmente de la calidad de las personas que la aplican, y extrema los cuidados al elegir a los miembros de la Corte Suprema. Con Salvador María Del Carril, José Domínguez, Marcelino Ugarte y Benjamin Gorostiaga, asegura su más alto prestigio moral y su mayor ilustración jurídica. Y al ofrecer un cargo de Juez Federal en Santiago le dice al candidato: “Deseo que mi administración se haga notar no por las batallas ganadas en la guerra civil, sino por el afianzamiento de la Constitución en todos sus fines prácticos, dando seguridad y garantías a los ciudadanos por la administración de justicia».
Elena Maurin de Rufino

Sarmiento y la unidad nacional

Pablo Emilio Palermo

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) participó de la campaña militar que culminó con la derrota del gobernador Juan Manuel de Rosas en la batalla de Monte Caseros (3 de febrero de 1852). Desinteligencias profundas con el vencedor, el gobernador de Entre Ríos general Justo José de Urquiza, motivaron que Sarmiento retornase a su largo exilio chileno.

El drama argentino continuó luego del triunfo de los enemigos del gobernador de Buenos Aires. La Provincia se separó de sus hermanas con la revolución del 11 de septiembre de 1852. Pronto el Estado de Buenos Aires comenzó a actuar como un estado independiente. En tal sentido se dictó su propia constitución y ejerció el manejo de las relaciones exteriores.

Sarmiento divisó con inteligencia y al mismo tiempo con suma angustia esta línea divisoria de una Nación Argentina quebrada en lo político: la Confederación Argentina, que respondía a Urquiza y que había jurado la Constitución Federal de 1853; y el Estado de Buenos Aires, que abarcaba la actual Provincia más el territorio patagónico.

Todo parecía encaminarse al abismo de la definitiva desunión de las antiguas Provincias Unidas del Río de la Plata.

Sarmiento, provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias y argentino en todos lados, según una de sus geniales frases, temió que su prédica cayese en saco roto. ¿Una Argentina fraccionada? ¿Dos países, el de los “salvajes unitarios” y el del “tirano” Urquiza?

Se sucedieron tres largos años. En 1855, procedente de Mendoza, Domingo Faustino se instaló en la ciudad de Buenos Aires junto a su esposa Benita Martínez Pastoriza y a su hijo Domingo Fidel Castro Sarmiento. Su pluma no conoció la pausa: era necesario evitar de cualquier modo la ruptura nacional, el abismo de un estado porteño y de una patria argentina. ¿Acaso no podían ser argentinos los que habitaban más allá del Arroyo del Medio? ¿Ser sanjuanino significaría ser un extranjero en el Estado de Buenos Aires?

Estas profundas preocupaciones del político y del escritor que ya contaba en su haber con obras tales como Facundo: Civilización y Barbarie, Recuerdos de provincia, Viajes, Educación Popular, Educación común, Comentarios a la Constitución de la Confederación Argentina, etc., no impidieron que ejerciese en el Estado de Buenos Aires una prolongada actividad pública. Fue municipal (concejal) por la parroquia de San Nicolás, Jefe del Departamento de Escuelas, periodista, Senador por el pueblo de San Nicolás de los Arroyos y, tras la derrota porteña de Cepeda (1859), Ministro de Gobierno del gobernador Bartolomé Mitre.

Para Sarmiento Buenos Aires era la civilización. En la ciudad del Plata estaban los debates parlamentarios, el libre periodismo, las grandes obras públicas que hicieron realidad al colosal Teatro de Colón levantado frente a la Plaza 25 de Mayo, los primeros intentos ferroviarios, la moda europea, el buen gusto en fin por las artes.
Era hora, pues, de trasladar a la Confederación Argentina ese foco civilizador erigido a orillas del Río de la Plata. Como gobernador de San Juan, cargo que asumió en 1862 pocos meses después de la batalla de Pavón, Sarmiento procurará hacer de su provincia natal una gran provincia. Circunstancias de peso hicieron que abandonase su terruño en 1864 y que marchase en misión diplomática a Chile, Perú y los Estados Unidos.